Hay momentos en los que, aunque nada esté mal, todo parece vacío. El éxito no llena, la rutina asfixia, y el alma pide algo que ni siquiera sabemos nombrar.
¿Qué sentido tiene todo esto?
Esa pregunta, tan humana, tan legítima, puede volverse un pozo… o una puerta.
El vacío que no se llena con logros
Vivimos en una época en la que el “tener” reemplazó al “ser”. Nos enseñaron que si alcanzás tus metas, vas a ser feliz. Pero muchas veces, al llegar, lo único que encontramos es más sed.
Y entonces… nada basta.
No es que estés fallando. Es que tu alma no vino a acumular, vino a comprender. A encontrar belleza en lo simple. A dejar huella. A amar sin garantía de reciprocidad.
Como decía Jung, lo que enferma a gran parte de la humanidad no son los traumas visibles, sino la falta de sentido. Y como decía Frankl, lo que nos salva… es tener uno.
Una pregunta mal planteada
Durante años busqué la respuesta al gran interrogante: ¿Cuál es el sentido de la vida?
Hasta que entendí algo fundamental: la pregunta está mal formulada.
La vida no tiene un único sentido. Tiene muchos. Y van cambiando.
El error es creer que hay una gran verdad que nos va a ordenar todo de una vez y para siempre. Pero la vida es movimiento, es inestabilidad, es transición constante. Y su sentido… se construye con instantes.
El día que dejé de buscar el gran propósito
Una vez, leí el “Fausto” de Goethe y me marcó profundamente. Ese hombre que lo tuvo todo —poder, mujeres, placeres, éxito— y sin embargo no lograba sentirse vivo. Hasta que un día, ya viejo, eligió ayudar a otros. Y ahí, por fin, dijo: “Este momento quisiera que no termine nunca.”
Ahí lo entendí. No hay que buscar el sentido. Hay que llenar de sentido cada día.
Una mirada sincera. Un abrazo real. Una charla que nos transforma. Un silencio compartido. Un texto como este.
Todo eso es existencia. Y todo eso… basta.
Amar aunque no haya justicia
Otro error que nos rompe por dentro es esperar que la vida sea justa. Que porque hicimos “lo correcto”, el mundo nos devuelva con gratitud.
Pero la vida no opera así. El toro no deja de embestir porque seamos vegetarianos.
Y eso, lejos de ser pesimista, es liberador.
Porque deja de importar si todo tiene lógica. Lo que importa es si lo que hacemos resuena con lo que somos. Y si podemos amar, aunque no todo nos devuelva amor.
Una emoción que no se compra
Hay una emoción que no se fabrica con logros ni se compra con dinero:
La emoción por existir.
Y aparece cuando dejamos de correr, cuando dejamos de exigirle a la vida una respuesta, y simplemente nos dejamos tocar por lo que es.
Por eso, la próxima vez que sientas que “nada te basta”, no lo veas como un fracaso. Es una alarma sagrada. Un llamado. Un recordatorio de que tu alma quiere más verdad, no más éxito.
El primer paso hacia vos
¿Sentís que estás viviendo en piloto automático? ¿Te descubrís diciendo “nada me alcanza”?
No estás sola. Y no estás rota.
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Capaz no encontremos una respuesta, pero sí un nuevo modo de habitar la pregunta.