El regalo más humano: elegir
Hace un tiempo, alguien me hizo una pregunta que aún me sigue resonando: ¿qué es lo más humano del ser humano? En ese instante no supe qué responder. Pero con el tiempo, entendí que si hay algo que nos diferencia de todas las demás criaturas que habitan esta tierra, es esto: podemos elegir. No nacimos programados, nacimos libres.
Un perico será siempre perico. Pero vos, y yo, podemos elegir ser más humanos o no serlo. Podemos elegir qué pensar, qué sentir, qué sembrar y qué dejar ir.
La voluntad: ese fuego interior que guía
Elegir no siempre es fácil. A veces sentimos que vamos en piloto automático, haciendo lo de siempre, sin detenernos a pensar por qué. Pero hay una chispa dentro nuestro que puede cambiarlo todo: la voluntad. Esa facultad espiritual que, cuando se une con la inteligencia, nos permite tomar decisiones más conscientes, más amorosas, más alineadas con quienes realmente somos.
Y aunque parezca que muchas decisiones ya están tomadas por nosotros, lo cierto es que siempre, en el fondo, elegimos. Incluso cuando decidimos no elegir.
Entre lo que pasa y cómo respondemos
En ese espacio que existe entre lo que ocurre y cómo reaccionamos, está nuestra libertad más pura. Ahí vive la posibilidad de mirar la vida desde otro lugar. De pasar de ser víctimas de las circunstancias a creadores de experiencias. Eso es vivir con proactividad. Eso es vivir despiertos.
Elijo desde quién creo que soy
Hay algo muy poderoso que aprendí: todas nuestras elecciones están atravesadas por la identidad que sentimos que tenemos. Si creo que soy débil, elegiré como alguien que se protege. Si me reconozco capaz, elegiré desde ese lugar.
Por eso es tan importante revisar cómo nos vemos a nosotros mismos. Porque nuestras decisiones —grandes o pequeñas— se tejen desde esa visión.
Historias que sanan: entre dos hermanos
Una historia que siempre me conmueve es la de dos hermanos, hijos del mismo padre, un hombre violento y adicto. Uno siguió sus pasos. El otro se transformó en un hombre amoroso y generoso. A los dos les preguntaron por qué eligieron ese camino. Y los dos, curiosamente, respondieron lo mismo: “¿Qué otra cosa podía hacer, con el padre que tuve?”
Lo que cambia no es la historia, sino la elección que hacemos con ella.
Ser dueños de lo que sentimos
¿Alguna vez dijiste o escuchaste frases como “me arruinaste el día” o “me hiciste enojar”? Qué sutil —y qué común— es regalarle a los demás el control sobre nuestras emociones. Pero lo cierto es que nadie puede hacernos sentir algo sin nuestro consentimiento emocional.
Recuperar ese poder es volver a casa. A la casa de la elección, donde aprendemos que lo que sentimos no depende del otro, sino de cómo elegimos interpretar lo que pasa.
Si algo de todo esto resonó en tu corazón, te invito a hacer un pequeño ritual íntimo: elegí conscientemente una sola cosa que quieras hacer diferente hoy. Una sola. Puede ser mínima. Pero hacela con conciencia, como quien siembra una semilla sabiendo que algo nuevo está por brotar.
Porque sí, podés elegir. Siempre pudiste.